LA PROVINCIA DEBE VELAR POR UN MEJOR CUIDADO DEL PARQUE PEREYRA

El progresivo avance de la liberación de la cuarentena impuesta por la pandemia -aún con los retrocesos y rebrotes que puedan irse presentando- requiere no sólo de la mayor responsabilidad de las personas, sino una intensificación por parte de las autoridades de todas aquellas medidas que sirvan para consolidar las aperturas que se dispongan. Así, ayer se conocieron los preparativos dispuestos para recibir en los parques y paseos de nuestra ciudad, con mayores seguridades, las llamadas salidas saludables de los chicos, siempre bajo los protocolos estrictos que reclama el COVID-19.

En ese contexto es que los funcionarios provinciales debieran –ya desde estas jornadas- impulsar los distintos trabajos de mantenimiento que demanda el parque Pereyra Iraola, sobre el cual se volcarán próximamente, ante la llegada de la primavera, miles de visitantes no sólo de nuestra zona, sino del Gran Buenos Aires y de la urbe porteña, que buscarán en ese privilegiado espacio verde recobrarse de tantos meses de aislamiento en sus hogares.

Ocurre que, desde hace mucho tiempo, el Parque se encuentra en una situación que resulta impropia de sus antecedentes y sujeto, como casi siempre, por falta de suficiente vigilancia, a intrusiones, talas clandestinas, abandono de toda clase de residuos y otros daños causados por personas inescrupulosas.

Reconocido por entidades internacionales, valorado por especialistas, el parque Pereyra Iraola sufre desde hace décadas todo tipo de desmedros. Faroles rotos, matorrales que crecen incontenibles, troncos de árboles derribados y quemados, calles internas sin mantenimiento, malezas y basurales que evidencian un deterioro inexplicable del lugar. Pocos faroles de alumbrado sobre los tramos por lo que pasan los caminos Belgrano y Centenario convierten en poco amigables, en horas nocturnas, a esos dos frentes del Parque.

Correspondería reseñar que -además de su enorme riqueza natural, ciertamente desatendida- el predio contiene también un invalorable patrimonio histórico y arquitectónico, en construcciones dispersas que datan de mediados y fines del siglo XIX, cuando la familia Pereyra Iraola montó un establecimiento rural de explotación agrícola ganadera.

Allí están las casonas de los cascos Santa Rosa y San Juan, donde funciona la escuela Juan Vucetich, por dar sólo dos ejemplos elocuentes. Está claro que los antecedentes del Parque tornan en inexplicable la desidia sistemática de muchas de las administraciones provinciales, a cuyo cargo se encuentra su mantenimiento.

Cualquier memorioso puede recordar, en cambio, el buen aspecto que durante muchos años mantuvo el predio, con custodios que lo recorrían a caballo y evitaban que se registraran –como lamentablemente ocurre- hechos de vandalismo. Y además, era común ver las maquinarias que desplegaban tareas de desmalezado y corte de pasto del lugar, que atraía a miles de visitantes cada fin de semana.

Demandaría aquí mucho espacio detallar las pérdidas de superficie sufridas por el predio desde su expropiación, a mediados del siglo pasado. Pero se trata, ése, de otra de las mayores deudas que se tiene con uno de los espacios verdes más ponderados de la Provincia.

Es de esperar, entonces, que los funcionarios responsables así lo comprendan y cobren debida conciencia del enorme valor que tiene el Parque, cuyas bondades históricas y medioambientales se deben preservar y proyectar para disfrute de las actuales y futuras generaciones.

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